quarta-feira, 3 de fevereiro de 2010

UM POEMA DE JOSÉ KOZER

DIVERTIMENTO

Se congelaron las aguas del canal de agua al
pie de la ventana, las
hordas de indigentes
bajaron a mirar el frío.
Una costra la tierra, las cosechas perdidas,
comarcas (cercanas,
cada vez más cercanas)
donde el hambre aprieta:
Oh this is so exciting, said
my neighbor, fuck her.
Al agua patos, que el mundo no se acaba
porque el precio del
tomate y la naranja
se ponga por las
nubes, se congelen
las aguas dos
semanas, tiriten
un poco en los
trópicos, y baje
Dios disfrazado
(como guste) de
quien no es: esta
vez de Santiclós,
todo de rojo (como
buen promotor,
siempre lo fue,
del comunismo) a
recriminarnos por
nuestros pecados
de los últimos lustros,
y son: haber elegido
a Bush, no haber
fusilado a unos
cuantos banqueros,
a un hato de wallstriteros,
a seguir comprándoles a
los chinos sus porquerías:
del Imperio del acero
descendimos al Imperio
del arroz frito, Ay América
Latina, cuándo llegará la
hora del Imperio del
cuchifrito, la cachaza,
el pisco y la banana,
palta, mate, la poesía
neobarroca.
El día (lacayo) es largo, el tiempo corto, antes disputaba,
por una nimiedad me
peleaba con medio
mundo, he enmudecido,
apenas salgo, en casa
hay dos pasarelas de
aire, una me lleva cada
media hora al servicio
(prostatitis galopante)
en la otra me encuentro
al final de un camino
añadiendo capas y capas
de ropa a un cuerpo, ahí
debajo, para combatir el
frío. Fin de mes, fin
pronto de todas (tantas)
cosas. Malvendí mis
libros, las dos biblias,
iconos y tablillas votivas,
el molinillo de las plegarias,
tres carcomidos diccionarios,
faltan palabras a quienes
como a mí les sobran ya
las palabras: se curva el
aire, cruje (vidrio o madera
podrida) la pasarela, a la
vista un estanque (entrañas
malolientes de carpas: restos
en mi cabeza de un haikú de
Basho): el río subterráneo, el
propio cadáver entre remeros
y perros tricéfalos de cien
ojos, ni frío ni calor, no todo
está perdido: me anima
pensar me aguarda un
jardín japonés, el monje
rastrillando guijarros,
monólogo monocromo
(monocorde) de su flauta,
quiebre y rotura, ahí donde
se haga mil pedazos crecerá
el bambú.

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